DÍA 2: La Belleza de la Nueva Jerusalén
Lectura
En el principio, Dios creó los cielos y la tierra. La tierra no tenía forma y estaba vacía, y la oscuridad cubría las aguas profundas; y el Espíritu de Dios se movía en el aire sobre la superficie de las aguas.
Entonces Dios dijo: «Que haya luz»; y hubo luz. Y Dios vio que la luz era buena. Luego separó la luz de la oscuridad. Dios llamó a la luz «día» y a la oscuridad «noche».
Y pasó la tarde y llegó la mañana, así se cumplió el primer día.
Entonces Dios dijo: «Que haya un espacio entre las aguas, para separar las aguas de los cielos de las aguas de la tierra»; y eso fue lo que sucedió. Dios formó ese espacio para separar las aguas de la tierra de las aguas de los cielos y Dios llamó al espacio «cielo».
Y pasó la tarde y llegó la mañana, así se cumplió el segundo día.
Entonces Dios dijo: «Que las aguas debajo del cielo se junten en un solo lugar, para que aparezca la tierra seca»; y eso fue lo que sucedió. Dios llamó a lo seco «tierra» y a las aguas «mares». Y Dios vio que esto era bueno.
Génesis 1:1-10
Entonces uno de los siete ángeles que tenían las siete copas con las últimas siete plagas se me acercó y me dijo: «¡Ven conmigo! Te mostraré a la novia, la esposa del Cordero».
Así que me llevó en el Espíritu a una montaña grande y alta, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, desde la presencia de Dios. Resplandecía de la gloria de Dios y brillaba como una piedra preciosa, como un jaspe tan transparente como el cristal. La muralla de la ciudad era alta y ancha, y tenía doce puertas vigiladas por doce ángeles. Los nombres de las doce tribus de Israel estaban escritos en las puertas. Había tres puertas a cada lado: al oriente, al norte, al sur y al occidente. La muralla de la ciudad estaba fundada sobre doce piedras, las cuales llevaban escritos los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
El ángel que hablaba conmigo tenía en la mano una vara de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muralla. Cuando la midió se dio cuenta de que era cuadrada, que medía lo mismo de ancho que de largo. En realidad, medía 2220 kilómetros de largo, lo mismo de alto y lo mismo de ancho. Después midió el grosor de las murallas, que eran de sesenta y cinco metros (según la medida humana que el ángel usó).
La muralla estaba hecha de jaspe, y la ciudad era de oro puro y tan cristalino como el vidrio. La muralla de la ciudad estaba fundada sobre doce piedras, cada una adornada con una piedra preciosa: la primera con jaspe, la segunda con zafiro, la tercera con ágata, la cuarta con esmeralda, la quinta con ónice, la sexta con cornalina, la séptima con crisólito, la octava con berilo, la novena con topacio, la décima con crisoprasa, la undécima con jacinto y la duodécima con amatista.
Las doce puertas estaban hechas de perlas, ¡cada puerta hecha de una sola perla! Y la calle principal era de oro puro y tan cristalino como el vidrio.
Apocalipsis 21:9-21
Génesis 1 nos lleva al principio de todas las cosas: Dios crea con poder, orden y belleza. En Apocalipsis 21, esa creación culmina en una nueva Jerusalén, una ciudad celestial de proporciones perfectas, resplandeciente con la gloria de Dios. Lo que comenzó con un mundo bueno, ahora se transforma en algo glorioso, eterno, donde Dios mismo es el centro de todo.
Versículo Clave
Resplandecía de la gloria de Dios y brillaba como una piedra preciosa, como un jaspe tan transparente como el cristal.
Apocalipsis 21:11
Reflexiona
La gloria de Dios no solo se manifiesta en poder o en juicio, sino en belleza. La nueva Jerusalén no es simplemente un lugar donde ya no hay dolor, sino un lugar lleno de esplendor, de perfección estética y espiritual, porque en ella habita Dios. La gloria que resplandece no es propia de la ciudad, sino reflejo de Aquel que la llena. Esto nos habla de nuestro llamado: fuimos creados para reflejar Su gloria. Cada acto de bondad, cada expresión de santidad, cada paso en obediencia es una pincelada de esa gloria en nuestra vida diaria. Así como la creación inicial reflejaba su Creador, nosotros somos llamados a ser portadores visibles de Su hermosura espiritual.
¿En qué áreas de tu vida has perdido de vista que fuiste creado/a para reflejar Su gloria?
Si otros observarán tu vida, ¿verían algo del resplandor de Dios en tus decisiones, palabras y actitudes?
¿Qué podrías cambiar hoy para que tu vida resplandezca con la luz de Aquel que mora en ti?
Oración
Padre celestial, gracias por revelarte en la belleza de la creación y por la promesa de una ciudad eterna que resplandece con Tu gloria. Ayúdame a vivir de manera que mi vida sea un reflejo de Tu luz. Que mis acciones, pensamientos y palabras hablen de Ti. Transfórmame para que otros puedan ver Tu hermosura a través de mí. Amén.